Érase una vez, una
princesa pura e inocente, su nombre era Luciana. Ella se fue a una fiesta de
diferentes reinos y conoció al príncipe Joaquín. Luego de conversar por mucho
tiempo, él la invito a bailar. Mientras bailaban ella sintió que se elevaba por
los cielos, se sentía feliz. Sabía que el momento en el que él le iba a
proponer vivir felices para siempre estaba apunto de llegar, puesto que cada
vez se acercaba más al palacio aéreo de la alegría. Pero de repente, cuando
estaban lo más alto posible, el príncipe la dejó caer. Ella cayó hasta que
chocó contra el piso. Joaquín la observó por mucho tiempo, pero no mostró
compasión.
Él decidió que sería
mejor escoger a otra princesa. La princesa Malania. Ella lo aceptó y también
bailaron. A diferencia de Luciana, Malania sí llego al palacio de la alegría
con Joaquín. Todo esto sucedió mientras Luciana los veía y creaba un campo de
fuerza para no sufrir en caso de otras caídas.
Tiempo después, Luciana
conoció al príncipe Leonard. El también intentó llevarla al palacio de la
alegría, pero a cambió le pido a Luciana que le otorgue su don más preciado: La
flor de su inocencia. Leonard se ganó la
confianza de Luciana rápidamente, así que ella aceptó entregársela. Ambos continuaban flotando entre danzas y
Luciana ya se estaba recuperando. Sin embargo, el príncipe Leonard también la
dejó caer. El campo de fuerza se hizo más fuerte.
La princesa Luciana
empezó así una vida contraría a la anterior. Comenzó a entregar su flor a
distintos príncipes, más no su alegría. Ella entendió que su felicidad no
debería depender de nadie más y que ella podía llegar al castillo sola. O eso
creía.
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